La historia de mi vocación como profesora se inicia en mi infancia, pues mis dos padres eran maestros normalistas. Los dos fueron mis maestros durante toda la primaria y, aunque formados en un enfoque tradicionalista, me enseñaron a amar la docencia.
De mi madre, quien siempre atendió a grupos de primero y segundo de primaria, aprendí la disciplina y dedicación necesarias en esta profesión. Siempre he admirado el trabajo que realizaba como profesora, pues lograba cosas increíbles con los niños, tal como enseñar a escribir a un pequeñito que no tenía manos o enseñar a hablar, leer y escribir en castellano a una niña que hablaba náhuatl. Para ella no había imposibles y los niños siempre aprendían.
Por su parte, mi padre, maestro de cuarto, quinto y sexto grado de primaria, me enseñó el valor del ingenio para inventar estrategias que facilitaran el aprendizaje.
Recuerdo que cuando tenía 11 años, le dije a mi mamá que yo quería estudiar en la Normal para ser maestra. Sorpresivamente su respuesta fue: "No. No todos los maestros son como tu papá y yo". En ese momento no entendí lo que quería decirme, pero con el tiempo me di cuenta de que tenía razón: no todos los maestros aman su profesión.
Ante esta negativa, continué estudiando la secuandaria y la preparatoria, y cuando llego el momento de escoger una carrera universitaria yo estaba hecha un lío. Entonces, mi hermana mayor me comentó que ella tenía una amiga que había estudiado psicología y que iba a poner una escuela de educación especial.
En ese momento pensé: "si estudio psicología seré maestra y de mi propia escuela". Así que ingrese a la ENEP Iztacala a la licenciatura en psicología y me encantó. Estos estudios me dieron bases teóricas y prácticas que ahora aplico como profesora, tales como las teorías y mecanismos del aprendizaje, la motivación humana, el papel de la emociones, etc.
Yo no quitaba el dedo del renglón. Al mismo tiempo que estudiaba psicología ayudaba a mi madre a hacer su diario de clase, a calificar exámenes y en algunas ocasiones hasta me dejó dar clase a su grupo.
Cuando tenía 19 años y cursaba el sexto semestre de la carrera, mi padre me consiguió trabajo en una secundaria abierta dando asesorías de matemáticas. En realidad fue un desastre, pues no yo dominaba la materia ni los alumnos a los que asesoraba tenían intención de aprender.
Al terminar la carrera busqué empleo como psicóloga y empecé a trabajar en una escuela de educación especial. Durante el año que trabajé en esta escuela aprendí que no todo lo que dicen los libros se puede aplicar en la realidad.
Después de esto, fui contratada en la Preparatoria 11 del Estado de México como orientadora escolar. Más tarde, por situaciones administrativas, dejé la orientación y empecé a trabajar en la misma escuela como profesora horas clase.
En los casi 20 años que tengo trabajando en la Prepa 11, he aprendido mucho de mis compañeros, pero especialmente del equipo de directivos de la escuela, quienes me han enseñado la importancia de la responsabilidad y el compromiso con nuestra labor.
Ahora me doy cuenta de que el amor por la profesión no basta y que:
- Es necesario actualizarse permanentemente para cumplir satisfactoriamente con nuestro papel.
- La enseñanza tradicional sólo lleva a los alumnos a la memorización mecánica, más que al aprendizaje a largo plazo.
- Cuando un alumno "reprueba", el maestro también reprueba.
Creo que no he hecho tan mal mi trabajo, sin embargo, estoy consciente de que he cometido errores que en muchas ocasiones han llevado a algunos de mis alumnos ha reprobar la materia.
En la actualidad estoy aprendiendo a vencer la brecha generacional y tecnológica, con el fin de comprender mejor las necesidades de mis alumnos, quienes viven en una realidad muy diferente a la que yo viví como adolescente.
Edith:
ResponderEliminarQue bueno que hayas sido persistente en tu deseo de ser profesora, que hayas podido superponerte a los tropiezos iniciales y que finalmente te desempeñes en lo que te agrada. Tienes razón en que nuestro mejor pago es la satisfacción de que nuestros alumnos aprecien nuestra labor, pues ellos son los mejores jueces.Tu blog está muy bien felicidades
Hola Edith: que orgullosa te debes sentir de provenir de una familia de profesores en toda la extención de la palabra y cuantas enseñanzas te habrán transmitido tus padres que ahora tu estás aplicando con tus alumnos, me da gusto que seas una mujer perseverante y que desde niña tenías perfectamente claro a que te querías dedicar. Te envió un cordial saludo y te felicitó.
ResponderEliminarHola Edith,
ResponderEliminarCreo que has tenido unos excelentes maestros en la docencia, a lo igual que tú en mi familia existen varios profesores, pero a diferencia de tí yo no logré apreciar y ver lo noble que es esta profesión hasta que me desempeñe como docente.